El otro día leía en El País un artículo de Elvira Lindo, en el que hablaba de la facilidad con que, a veces, y en estos momentos aún más gracias a la red, podemos destruir creaciones que ha costado un gran esfuerzo levantar.
Esto me hizo pensar, no ya en la capacidad destructora que todos llevamos dentro, sino más bien en la tendencia a esa destrucción, en el por qué nos gusta derrumbar, deshacer, destrozar de un palmetazo lo que otros han erigido. En su artículo, ella se refería más bien a lo sencillo y accesible que resulta hoy día, colgar cualquier crítica bobalicona sobre un libro, una película, e incluso sobre una persona o una opinión, del tipo “ese libro es una mierda” o “esa tía no tiene ni puta idea” y quedarse tan campante.
Está claro que crear conlleva esta exposición a la crítica, incluso a la tontorrona, a ésa carente de justificación, argumentación o explicación alguna, a ésa que llamamos destructiva porque resulta inútil y vacua, porque de ella no se obtiene nada positivo, ya que ni permite, ni está concebida para, favorecer o posibilitar una posterior reconstrucción.
Quien emite estas críticas, y casi todos lo hacemos alguna vez, cierra de un portazo el proceso creativo, le da directamente al creador con la puerta en las narices. Es cuestión de entereza y de paciencia el saber pasar de largo…sin cejar en el empeño, claro. Aunque sí, en este país, somos de crítica fácil, pero de la tontorrona, no de la perspicaz, no de aquella que requiere un concienzudo y meticuloso análisis, sino de la rápida y simplona, de la que descalifica y ensucia de una pasada (o sea, como el Pronto, pero al revés…). Y es cierto que nos olvidamos a menudo del trabajo y el esfuerzo que está detrás de las cosas que nos rodean, la mayoría de las veces sólo vemos el resultado, y lo vemos como algo en sí, como algo casi ajeno o lejano a la actividad creadora que lo dio a luz, como si las lentejas que nos sirven en el plato vinieran al mundo ya preparadas, ya cocidas al hervor del caldo y al sofrito de la cebolla y el chorizo. Quizá por eso nos resulta tan fácil apartar el plato con cara de desaprobación a la par que lo adornamos con un “qué asco de lentejas”…quizá porque nunca se nos pegaron las lentejas a la cazuela después de picar y sofreír la cebolla, pelar y cortar el chorizo, la patata, las zanahorias…
Y la red ha dado vía libre a este tipo de juicio facilón y destructivo. La pantalla es el escudo perfecto, detrás de ella uno puede opinar con argumentos o sin ellos, y las críticas juiciosas y sólidas ocuparán tanto lugar como las pueriles y fútiles, en foros, blogs, etc., pues no hay revisión previa, asesoramiento profesional o criterio de especialista alguno detrás. Esto, desde luego, es una batalla ganada a la censura, y en muchos casos pone a nuestra disposición indicadores más útiles y realistas, o más cercanos a nosotros, que los publicados por los medios. Pero también es una derrota perdida, muchas veces, a la reflexión, a la autocrítica y a la originalidad y la autonomía, pues para elegir una película, un libro, un disco o una exposición, nos fiamos más de las reseñas de internet, que de nuestro propio instinto o intuición, olvidando que, frecuentemente, el criterio seguido es más el del “qué asco y menuda mierda” que el del “por esto, por aquello y por lo de más allá…”
Quizá la experiencia del esfuerzo sea la única arma contra tan criticona locuacidad, así que a juzgar por los niveles de impopularidad de tan desagradable y denostado concepto…¡¡¡que dios nos coja confesaooooos!!!