En la calle hace frío y llueve con suavidad pero con persistencia. El abrigo se me va calando poco a poco sin que me dé cuenta, el viento me lleva de vez en cuando la capucha y la lluvia me moja el pelo. Tengo las manos ocupadas con las bolsas de la compra, así que el paraguas resulta un estorbo. Los zapatos empiezan a molestarme y la bufanda me agobia en el cuello, aunque tengo los pies y las piernas helados. También la nariz se me ha puesto roja, y tengo que parar a cada tramo para colocarme el bolso que resbala del hombro. Paso a trompicones por delante de la parada del autobús y, ya sentada en mi coche, observo que viene lleno y que los viajeros tienen que hacer hueco para que puedan entrar todos los que hacían cola fuera, unos bajo la marquesina, otros bajo la lluvia.
Arranco y enciendo la radio, el agua cae ahora con fuerza sobre el parabrisas. La calefacción empieza a desentumecerme los pies. Aparco cerca de casa, pero no lo suficiente como para que la lluvia no haga de las suyas. Llego a casa empapada. Guardo la compra en la nevera y pongo la cafetera. Voy al cuarto de baño y me meto en la ducha. Siento el agua caliente abrirme los poros, caerme sobre los hombros con suavidad. Aspiro el olor del jabón, el champú…el olor a baño. Al salir de la ducha me pongo crema, crema con olor a baño…
Embutida en mi bata y con el pelo mojado recogido sobre la nuca, me siento en el sofá con una taza de café y una revista. Laman al móvil, luego a la puerta, y al rato estamos preparando la cena. He comprado alcachofas de oferta, “están de temporada”, comento, y tres trozos pequeños de queso para el postre. Hace frío, pero he dejado puesta la estufa del cuarto, así que nos metemos pronto en la cama.
Cambié las sábanas esta mañana, así que huelen a suavizante, a lavanda. Siento el tacto aterciopelado de la franela y la ligereza de las plumas sobre ella. Nos acurrucamos y entramos pronto en calor. Tenemos más de dos horas de lectura hasta media noche, y la acompañamos con una taza de leche con miel.
No puede ser, pienso, esto no puede ser sencillamente así…no puedo tener tanto y gozar de tantas cosas por nada…sin merecerlo. No es posible que yo disfrute de tanto bienestar y tanta felicidad mientras otros apenas pueden llevarse algo a la boca. El coche, la casa, el agua caliente saliendo rauda por unos agujeros con sólo girar una manivela, las alcachofas, la placa vitrocerámica, la lavadora, la cama y sus sábanas de franela, libros, revistas, miel… !todo¡
A veces todo a mi alrededor me parece tan increíble que me da miedo, pienso que no puede durar, que la vida no puede ser tan buena, que tiene que llegar un día en que todo se desplome.
Cierro los ojos, quiero ser digna de tanta fortuna, quiero cerrar los ojos cada día siendo consciente de ella.
Me hace gracia que alguien coma alcachofas y de gracias por ello. Como buen niño que no crece, mandaría todas acompañadas de las espinacas a Africa a paliar el hambre. Hago una favor al primer mundo y al tercero de una tacada...
ResponderEliminarSi me quitas las alcachofas te escamocho vivo fíjate...con lo que disfruto yo su llegada a las fruterías!!! Ayer ya las vi en una a menos de 3E el kilo, y me emocioné y todo...jajajajaaaaa!!!
ResponderEliminar¡¡¡Y las espinacas!!! Por favor, con lo buenísismas que están unas espinacas a la crema, o una lasaña de espinacas...mmmmmmmmmm
Desde luego...te falta quitarme al puerro y te desheredo!!! De quitar algo, pues quita las acelgas por ejemplo, o las coles de bruselas...