Hoy hace justo dos años que me mudé a esta casa. Desde que soy independiente, más o menos la tierna edad de diecinueve añitos, he vivido en once casas diferentes de siete ciudades y cuatro países distintos. En algunas he pasado muy poco tiempo, como en la de mi verano bávaro o en la de aquella primavera larga y muy muy invernal cerquita de Frankfurt. En otras, como en la de Missouri, no llegué tampoco al año, pero se me hizo muuuucho más largo. Es curioso cómo de algunos periodos de tiempo guardamos una cantidad enorme de recuerdos y de otros mucho mayores apenas algunas trazas.
Pero bueno, de lo que iba a hablar hoy es de las casas, no tanto de los lugares y las vivencias que les rodean, sino de las casas en sí, de lo que suponen y lo que pueden llegar a cambiarnos la vida, el día a día, el estado de ánimo y hasta las ganas de levantarnos o no de la cama.
En las casas en las que he vivido he tenido de todo, desde una habitación compartida potrosa con vistas a un patio y una barra de ducha entre una pared y una estantería vieja como todo mobiliario, a un dúplex súper cuco, ardillas en el roble de la ventana de la cocina, e incluso vistas al mar (muy muy muuuuy forzadas, eso sí...) Pero lo que nunca había tenido hasta hace dos años era espacio: tantísimo espacio. Mi salón de ahora tiene el mismo tamaño que una de las casas en las que más tiempo viví, casi cinco años, pero allí no tenía los casi tres metros al techo que tengo ahora, ni las dos puertas enormes a los balcones de la fachada principal.
Tampoco había tenido nunca un pasillo en mis casas previas, pues digamos que no había nada que distribuir, la mayoría eran estudios tipo tetris en los que cada centímetro tenía su cometido.
El caso es que en estos dos años mi vida ha cambiado mucho, muchísimo, casi diría que radicalmente, y todo ello a mejor. Ayer me paré a pensarlo y yo misma me sorprendí. Claro que esto no es obra de cuatro paredes y un techo, por supuesto, pero me parece que el estado de ánimo y de bienestar que me produce esta casa han contribuido mucho a la mejora de mi día a día, a la toma de buenas decisiones e incluso a una tranquilidad interior que me permite verlo todo con más claridad.
Tengo una cocina enorme, con espacio para almacenar mis tarros de conservas, mis cacharros de cocina o bidones de aceite y cajas de leche que antes no podía comprar aunque salieran mejor de precio porque, literalmente, no tenía dónde guardarlos. No tengo problemas con la colada, algo que antes me rompía muchísimo la cabeza y los nervios. Ahora tengo sitio para un tambor de detergente, para un cesto de ropa sucia y, lo que es más importante, para un tendal (imprescindible en un lugar donde llueve un día sí y otro también), además de balcones en los que extender sábanas, toallas y manteles los días que sale un poco el sol.
La colada era para mí una auténtica odisea, no digamos ya las coladas de ropa de cama..., y provocaba muchísimas peleas absurdas que ahora han desaparecido, además de una humedad constante en la casa y una horrorosa mezcla de olores a suavizante y guisos al chup chup... El tetris en los armario era algo terrorífico, y cualquier actividad como planchar, coser a máquina o incluso pasar la aspiradora, se convertían en una tarea ardua por el añadido de rompecabezas espacial que implicaban desde el minuto uno de actividad.
Aparcar el coche a menos de dos o tres manzanas llegó a ser un auténtico suplicio, sobre todo en una de las casas. Recibir visitas era poco menos que imposible (aunque increíblemente nos apañamos más de una vez...) Y por supuesto, por supuessssssssssto, jamás en mi vida había tenido un LAVAVAJILLAS. Tampoco los hornos, los fogones, o las duchas eran muy ortodoxas que digamos.
A la casa de ahora puedo sacarle también algunas pegas, y si fuera mía y no de alquiler, le haría algunos cambios bastante radicales. Pero en general es una casa digna, espaciosa, con luz natural, en la que puedo invitar a un buen número de amigos a cenar, preparar un cuarto para invitados, planchar en un rincón de la cocina o tomarme un café mirando al monte.
Aún tengo muchos rincones "sin acabar" porque la vuelta a la uni me robó mucho tiempo que dedicar a estas cosas. Pero aún así, cuando me despierto por las mañanas, especialmente los fines de semana en los que salgo a desayunar a la terracita, tengo la impresión de estar en una habitación de hotel, e incluso los hoteles que yo puedo permitirme empiezan a parecerme peores que mi propia casa...
No sé qué va a pasar cuando me marche de aquí y tenga que reorganizar todos mis numerorísimos muebles y enseres en otro lugar, pero si algo he aprendido en estos casi veinte años de cambios y mudanzas, es que el bienestar actual es lo que realmente importa, y que todo el tiempo y dinero que uno invierta en que la cotidianidad sea confortable son, sin duda, el tiempo y el dinero mejor invertidos del mundo.
Si alguna vez necesito ayuda para mudarme, ya sé a quien consultar...Eres toda una experta.
ResponderEliminarPues no sé si por fortuna o más bien por desgracia, pero sí, soy una súperexperta tanto en mudanzas como en búsquedas de casa. Más de un agente inmobiliario se ha quedado de piedra enseñándome un piso, alucinado por las cosas que le preguntaba y los detalles en los que me fijaba, pero es lo que te da cambiar de lugar, vivir de alquiler de aquí para allá y pasar por malas experiencias con vecinos, propietarios, ruidos, goteras...
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