jueves, 3 de marzo de 2011

ESA DELGADA LINEA...

Dicen que el exhibicionismo es el signo de los tiempos y, desde luego, no puede decirse que haya falsedad en tal afirmación. La gente se exhibe de una forma que llega a rozar lo grotesco en ocasiones, y no sólo a sí mismos, sino a todo lo que les rodea. Pero lo que yo pongo en duda es que esto sea algo nuevo…
     En tiempos de nuestras abuelas no había red social en la que colgar las fotografías del último sarao al que asististe, de cómo ha quedado la nueva decoración de tu salón, de cuál ha sido tu última adquisición para la nueva temporada o de dónde has estado esquiando el pasado fin de semana… Pero a la entrada y a la salida de la misa del domingo, se exponía igualmente todo aquello. La misma carnaza, la misma mercantilización de la vida, del cuerpo, del tiempo… Señoras con todos sus joyones encima, su mejor vestido y su bolso nuevo comprado en el capital. Señores sacando de la chaqueta  el cigarro bueno de la semana, con zapatos excesivamente lustrados y visibles cadenas de reloj con mecanismos estropeados en los bolsillos. Perfumes dulzones mezclados con humo de puro, demasiado carmín, demasiadas pieles, demasiados broches, perlas, oros y encajes. Pero ahora resulta que somos nosotros los del exhibicionismo barato…
Vecinos de Tortosa saliendo de misa en 1952
(Fotografía tomada de 20miutos.es "Museo virtual de viejas fotos")

     No, no creo que esto sea un signo de los tiempos, creo que es casi tan viejo como el hombre. Creo que todos, cada uno a su manera y en su medida, nos exhibimos. Tendemos a despellejar al que se exhibe físicamente, pero bañamos en alabanzas al que lo hace de su intelecto, aunque personalmente, me cuesta ver la diferencia en muchas ocasiones.

     Creo que el exhibicionismo es algo, en el fondo, bastante natural. Al fin y al cabo no somos sino una especie más, un poco particular, egocéntrica y vanidosa, pero con mucho de animal en lo que llamamos cultura, aunque no nos guste reconocerlo. El exhibicionismo forma parte de la conducta animal, y nosotros no hacemos otra cosa que desplegar colas de pavo real o sostener majestuosas cornamentas, en forma de zapatos louboutin y bolsos loewe… La diferencia, claro está, radica en que nosotros somos, o debiéramos ser, conscientes de ello, mientras que el ciervo y el pavo (de momento y que sepamos), no son capaces de reparar en su propia conducta.

     Está claro que al final, como en casi todo, es la medida lo que marca la diferencia, esa delgada línea que separa la estética, del alarde; la belleza, de la ostentación. 

Y provecho para poner a Cate Blanchett en los oscars del otro día (no, no me podía resistir...), con un vestido fabuloso de Givenchy, absolutamente perfecto en sí y perfecto en ella, que dejó a las demás a la altura del betún...(o casi) Y con  otro increíble de Lacroix hace algún tiempo que, a pesar de estar plagado de hilos de oro, no sólo no resulta ostentoso sino que es arte puro.

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