jueves, 11 de octubre de 2012

A LA PLANCHA... CON DOS DEDOS DE ACEITE

     Es contradictorio... sí... pero que se lo digan a mi abuela, a mi suegra o a cualquier otra mujer de su generación... y a ver si opina lo mismo... 
     Lo primero que quiero aclarar es que dijo mujer, porque en aquella época prácticamente no existía hombre que se pusiera un delantal a menos que ésa fuera su profesión. Y lo segundo es que tanto de mi abuela como de mi suegra, pero sobre todo de la última, he aprendido muchísimo y muy valioso en la cocina. Ahora bien, metidos en cuestión de grasas y aceites... ¡es que no hay manera, oiga!
     Lo que para mí es a la plancha, para mi suegra es algo sencillamente inviable, se queda seco, tieso, se pega a la sartén, no gusta a nada y no se puede masticar. Lo que para mí es frito con poco aceite, para ella es a la plancha... de dieta... Y lo que para ella es frito, para mí es un baño de grasa, una cama aceitosa e indigesta de flotación en la que se sumerge al alimento hasta que ha absorbido tanto aceite que su sabor pasa a segundo plano cuando al morder, aquéllo exuda churretes grasientos... 
     Más de una vez lo he comentado con alguna amiga, y una me dijo un día que es increíble la fijación con la grasa que tienen las personas de esa generación (de la primera mitad del siglo pasado, más o menos), no saben cocinar sin grandes cantidades de aceite o sin productos grasos como el tocino, la panceta, el chorizo... todo lo que no tiene este tipo de grasas, no les sabe a nada, y los platos que más les gustan son precisamente los que los llevan. No en vano, su alimentación consistió básicamente en eso... alubias, lentejas, garbanzos, migas, gachas... y todos ellos cocinados al sabroso juguillo del tocino, la morcilla, el chorizo... Mi suegra siempre cuenta que de pequeños tomaban sopa de sebo, por lo que muchas veces llevaban la lengua quemada, de lo caliente que había que tomarla, para que no se te pegara en la boca.
     Mi amiga C me dijo ayer que tuvo que meter papel absorbente debajo de los calamares que había preprarado su suegra, y que la miró extrañada, sin comprender la necesidad de lo que estaba haciendo. Dice que es curioso que siempre que come allí, se vuelve a casa con dolor de tripa. Pero es que los menús, y no ya los menús en sí mismos, sino cómo los preparan... no es para menos....
     Uno de los pinchitos más ricos que hace mi suegra, que es un revuelto de champis con jamón y queso que le sale realmente bueno, va sobre una rebanada de pan... ¡¡¡frito!!!... cómo no... Yo, y el resto de la familia, a excepción del hijo mayor que es otro adicto al chorretón de aceite, le pedimos siempre que tueste el pan pero no lo fría, porque encontramos que no le aporta nada (aparte de calorías, colesterol y boletos para un infarto...) a un pincho que ya está muy sabroso de por sí y que de lo contrario resulta muy indigesto y oleoso. Accede a nuestra petición, pero en el fondo sigue pensando que el pincho queda cojo sin la fritura del pan...y así con muchísimas más cosas.
     Ni que decir tiene, que muchos alimentos quedan más tiernos con un rebozado o empanado, que un sofritito de ajos le da cierta gracia al pescado al horno, o que unos huevos fritos requieren un buen pringue de aceite para sacarles puntillita.... pero lo que yo no entiendo, ni comparto, es que esta forma de cocinar tenga que ser la norma. De hecho, me parece que debiera ser lo contrario.
     Creo que ha habido una generación, quizá más de una, en la que se ha producido bruscamente un cambio en la forma de vida pero el cambio en la alimentación no ha ido parejo. Es decir, que mi abuelo comiera todos los días garbanzos con chorizo, y untara media hogaza de pan con tocino para cenar, podía tener su sentido en una época en que se trabajaba, literalmente, de sol a sol. Cuando mis abuelos emigraron a la ciudad y mi abuelo empezó a trabajar por horas en una fábrica, al tiempo que mi abuela sustituía las bajadas al río y a la lecheria por una lavadora y una visita al súper del barrio, aquella dieta dejó de tener sentido... pero ellos no la cambiaron, y quienes pertenecen más a ese tiempo que al del sedentarismo de oficina e internet, se han quedado como colgados en una zona de transición... una zona que está llena de churros grasientos, de costillas de cerdo y panceta, de pisto flotando en aceite y de pan frito para las sopas de ajo. 
     Yo creo que hay mucho que aprender de la cocina de esa generación (y ojo, que no tengo nada en contra de las suegras, me encanta la mía y la defiendo a muerte), pero también que es necesaria una adaptación de la dieta, que hay que desgrasarla igual que al caldo de pollo que dejamos por la noche en la nevera... 

¡¡¡FELIZ JUEVES!!!

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